Los Versos del Capitán
Epitalamio
¿Recuerdas cuando en invierno llegamos a la isla?
El mar hacia nosotros levantaba una copa de frío.
En las paredes las enredaderas susurraban
dejando caer hojas oscuras a nuestro paso.
Tú eras también una pequeña hoja
que temblaba en mi pecho.
El viento de la vida allí te puso.
En un principio no te vi: no supe
que ibas andando conmigo,
hasta que tus raíces
horadaron mi pecho,
se unieron a los hilos de mi sangre,
hablaron por mi boca, florecieron conmigo.
Así fue tu presencia inadvertida,
hoja o rama invisible
y se pobló de pronto mi corazón de frutos y sonidos.
Habitaste la casa que te esperaba oscura
y encendiste las lámparas entonces.
Recuerdas, amor mío, nuestros primeros pasos en la isla:
las piedras grises nos reconocieron,
las rachas de la lluvia,
los gritos del viento en la sombra.
Pero fue el fuego nuestro único amigo,
junto a él apretamos el dulce amor de invierno
a cuatro brazos.
El fuego vio crecer nuestro besos desnudo
hasta tocar estrellas escondidas,
y vio nacer y morir el dolor
con una espada rota contra el amor invencible.
Recuerdas,
oh dormida en mi sombra, cómo te decía
el sueño, de tu pecho desnudo
abierto con sus cúpulas gemelas
hacia el mar, hacia el viento de la isla
y cómo yo en tu sueño navegaba
libre, en el mar y en el viento
atado y sumergido sin embargo
al volumen azul de tu dulzura.
Oh dulce, dulce mía
cambió la primavera los muros de la isla.
Apareció una flor como una gota
de sangre anaranjada,
y luego descargaron los colores todo su peso puro.
El mar reconquistó su transparencia,
la noche en el cielo destacó sus racimos
y ya todas las cosas susurraron
nuestro nombre de amor, piedra por piedra
dijeron nuestro nombre y nuestro beso.
La isla de piedra y musgo
resonó en el secreto de sus grutas
como en tu boca el canto,
y la flor que nacía
entre los intersticios de la piedra
con secreta sílaba dijo al pasar tu nombre
de planta abrasadora,
y la escarpada roca levantada
como el muro del mundo
reconoció mi canto, bienamada,
y todas las cosas dijeron
tu amor, mi amor, amada,
porque la tierra, el tiempo, el mar, la isla
la vida, la marea,
el gérmen que entreabre sus labios en la tierra,
la flor devoradora, el movimiento de la primavera,
todo nos reconoce.
Nuestro amor ha nacido
fuera de las paredes, en el viento,
en la noche, en la tierra,
y por eso la arcilla y la corola,
el barro y las raíces saben cómo te llamas,
y saben que mi boca
se juntó con la tuya
porque en la tierra nos sembraron juntos
sin que sólo nosotros lo supíeramos
y que crecemos juntos
y florecemos juntos
y por eso
cuando pasamos,
tu nombre está en los pétalos
de la rosa que crece en la piedra,
mi nombre está en las grutas.
Ellos lo saben, no tenemos secretos
hemos crecido juntos pero no lo sabíamos.
El mar conoce nuestro amor,
las piedras de la altura rocosa
saben que nuestros besos florecieron
con pureza infinita
como en sus intersticios una boca
escarlata amanece:
así conocen nuestro amor y el beso
que reúnen tu boca y la mía
en una flor eterna.
Amor mío,
la primavera dulce,
flor y mar, nos rodean.
No la cambiamos por nuestro invierno,
cuando el viento comenzó a descifrar tu nombre
que hoy en todas las horas repite,
cuando las hojas no sabían que tú eras una hoja,
cuando las raíces no sabían que tú me buscabas en mi pecho.
Amor, amor,
la primavera nos ofrece el cielo,
pero la tierra oscura es nuestro nombre,
nuestro amor pertenece a todo el tiempo y la tierra.
Amándonos, mi brazo bajo tu cuello de arena,
esperaremos cómo cambia la tierra y el tiempo
en la isla, cómo caen las hojas
de las enredaderas taciturnas,
cómo se va el otoño por la ventana rota.
Pero nosotros vamos a esperar
a nuestro amigo, a nuestro amigo de ojos rojos,
el fuego, cuando de nuevo el viento
sacuda las fronteras de la isla
y desconozca el nombre de todos,
el invierno nos buscará, amor mío,
siempre,
nos buscará, porque lo conocemos,
porque no lo tememos, porque tenemos
con nosotros el fuego para siempre.
Tenemos la tierra con nosotros para siempre,
la primavera con nosotros para siempre,
y cuando se desprenda de las enredaderas
una hoja tú sabes, amor mío
qué nombre viene escrito en esa hoja,
un nombre que es el tuyo y es el mío,
nuestro nombre de amor, un sólo ser, la flecha
que atravesó el invierno,
el amor invencible, el fuego de los días,
una hoja que me cayó en el pecho,
una hoja del árbol de la vida
que hizo nido y cantó, que echó raíces,
que dio flores y frutos.
Y así ves, amor mío,
cómo marcho por la isla, por el mundo,
seguro en medio de la primavera,
loco de luz en el frío,
andando tranquilo en el fuego,
levantando tu peso de pétalo en mis brazos,
como si nunca hubiera caminado
sino contigo, alma mía,
como si no supiera caminar
sino contigo,
como si no supiera cantar
sino cuando tú cantas.
Pablo Neruda